✨ CAPÍTULO II — Los cuatro dones

"Para reunir lo imposible, Theia necesitó la esencia de quienes guardaban los secretos más antiguos del Olimpo."

El primero fue Hypnos, señor del sueño.
Theia sabía que el descanso profundo era el guardián invisible de la juventud.
—Hermano Hypnos —le dijo—, necesito un fragmento de tu don.
Hypnos, con una sonrisa perezosa, ofreció un frasco de ónice que contenía la esencia misma del descanso restaurador.
Un elixir que actuaba mientras el cuerpo dormía, preservando en secreto la belleza y la fuerza.

Después buscó a Afrodita, la diosa del amor y la belleza sin ocaso.
De su pecho extrajo un pétalo inmortal, impregnado de rocío divino.
Capaz de sellar en la piel la lozanía de los primeros días del mundo.

Luego acudió a Hygeia, protectora de la salud y la pureza.
Ella bendijo un cuenco con el agua más pura jamás vista, que lavaba las impurezas no solo del cuerpo, sino también del alma.

Y finalmente, Theia guardó con sus propias manos la primera chispa de luz del universo:
una partícula viva del resplandor que una vez dio visión a los dioses.

Así nacieron las cuatro reliquias del Inefable:
El descanso restaurador.
La belleza eterna.
La pureza inmaculada.
La luz primordial.